miércoles, 16 de abril de 2008

Tsunami

Uno se relee en las páginas de la vida, hace borradores e imprime sensaciones que parecen permanentes. Y luego, desde una visión global de la novela inacabada, uno descubre que nuestra alma hace y deshace sin darnos aviso.

Estamos tan ocupados en la finitud del instante que nos duele, que dejamos de rastrillar y buscar. Simplemente dejamos arrastrar nuestros pasos por el desierto desvastado, los ojos acostumbrados a una Siberia sin mapa, a una Payunia de sal.

Entonces, de repente, uno tropieza con texturas y colores que destacan sobre el fondo gris. Un brote, un capullo que denuncia un jardín subterráneo, sobreviviente de las cenizas y de la arena del tiempo.

Como una antigua profecía, el amor se redescubre y se reinventa, ajeno a dictaduras del tiempo y mandatos de una sociedad de zombies.

Imponente, el agua emana y fluye, derrumbando diques y muros de acero. A su paso los Simunes del desierto guardan respetuoso silencio. En sus olas y en su marea, nos desviste la vida para descubrir una desnudez que no cubren las palabras.

¿Dónde quedaron las tumbas? ¿Qué fue de las hogueras que todo destruyeron? ¿Cuándo prescribió el efecto de las letales inyecciones de olvido?

La inercia de sobrevivir un dolor tras otro, me hizo creer que mi marchito corazón ya no podía amar. No pude darme cuenta que mi corazón se empeñaba en no enamorarse porque sabía que eran inútiles las cruzadas que intentaban conquistar espejismos.

Sólo un alquimista conoce los pasadizos secretos y posee la llave que abre el gran libro de los conjuros.

Ante esa llave, unicamente rige el mandato de la historia personal que nuestra alma debe transitar.

La mujer salvaje, la maga que todo lo puede, la machi que cura y redime, la esencia de mi nombre sin tiempo, te reconocen a través de los disfraces.

Basta una palabra, un susurro, la cadencia de tu voz y tu mano alcanzándome en la distancia, para saberme viva y plena de coraje.

Basta asombrarse con una carta que encontró su retorno para aceptar y recordar una y otra vez que no se extingue el amor a fuerza de vergonzosas represiones, dignas de dictadores esclavos del miedo y la ignorancia.

Nada sabemos del amor.
No debo entonces comprender este momento.
Me abandono a la tempestad de la verdad que arrasa.
No te espero, porque se que bastará un puente para dormir en tus brazos.
No extraño lo que fuimos, extraño lo que aún no somos.

Finalmente, es cierto. La palabra viaja y alcanza, hace eco en el alma antes que roce nuestro silencio.

Soledad Lorena
Susana / Amante Amada

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