jueves, 7 de septiembre de 2023

Amor libre

 



Hay un pequeño estanque calmo y luminoso, un recodo del océano que se acomoda en un hueco de tiempo, un manto de cielo sin nubes tormentosas, donde todo parece posible.

En ese espacio, las almas se encuentran libres de prejuicios, sanas de toda herida mundana, limpias de recuerdos obsoletos.

Basta una chispa de claridad, un suspiro de alivio, un abrazo fugaz o una sonrisa sostenida, para saber que ese momento podría multiplicarse.

Pero nos aferramos, inútilmente, a los calendarios amarillentos, a los miedos ingobernables, a las excusas enfermizas, a los fracasos que alimentamos, al resentimiento que nos paraliza.

Sólo cierra los ojos, respira profundo, pregúntale a tu corazón lo que verdaderamente siente y desde ahí, simplemente imagina habitar ese refugio de verdad pura, de quietud profunda y libertad en vuelo.

Abraza y déjate abrazar.

Ama y déjate amar.

Besa y déjate besar.

La vida es hoy.

Dios habita, allí donde el Amor es libre.

Susannah Lorenzo©

viernes, 25 de agosto de 2023

Tejedora de Puentes

 


Yo vengo de mundos destejidos

y madejas enredadas,

de historias silenciadas

y palabras vedadas.

 

Por eso, yo con versos

puedo dibujar un puente

o puedo sólo tejerlo

con cuentas y un ovillo,

con un rezo tejo cielos

y con un deseo tejo magia.

 

Crecí en un bosque de ausencias

por eso tejo abrazos

con abalorios y bufandas;

heredé los amargos rosarios

de un dios que sólo castiga,

por eso mis cuerdas de oración

rezan perdones y sonrisas.

 

En un océano de agoreros

yo busco el silencio

donde Dios bendice,

y la gota que puebla

los mares de esperanza.

 

Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo © / Tejedora de Puentes

25 de agosto de 2023

 

Puedes escuchar el poema en este vídeo.




jueves, 22 de junio de 2023

Deseos inconclusos

 

A veces quisiera

rescatar la poesía

de susurrar tu nombre,

y que sonrieras

al recordar el mío.

 

A veces me gustaría

que me dieras permiso

para amarte a mi manera

y no caminar de puntillas

por tus pasadizos en ruinas.

 

A veces tengo ganas

de que me desvistas

de las culpas que sostienen

tus viejas heridas.

 

A veces quisiera

que nos diéramos libertad

para deshacer los muros,

desactivar defensas

y jubilar guardianes.

 

Bastaría con conjugar

el verbo amar

en tiempo presente;

pero quien sólo vive

con fantasmas y recuerdos,

mide el amor

con mitos del pasado.

 

Ya ves,

atardece,

llega la noche

y el amor se desvanece.

 

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras




lunes, 13 de marzo de 2023

Permeable

Tormentas, huracanes, vendavales, sudestadas, monzones y tsunamis de la vida que arrecian con toda la certidumbre y descolocan nuestra estabilidad, hasta dejarnos abatidos, abrumados y aturdidos.

De repente, nada es claramente visible en el horizonte; no hay calma aparente a nuestro alrededor y nuestros centros de alerta nos mantienen en vilo y en un estado de defensa constante.

No queda más que replegar las velas, detener la marcha, proteger los pertrechos, sostener el latido, soltar los suspiros, demorar los mapas y contener las urgencias.


Art: Ania Tomicka

Quizá haya que ser como el bambú, doblegándose en el viento; o como la hojarasca que descubre nuevos destinos cuando las tormentas arrebatan su siesta.  Tal vez, haya que refugiarse en una cueva de amatista, en una trinchera bajo la tierra húmeda o hacerse un ovillo bajo una hoja de palma.  De cualquier manera, hay que dejarse traspasar por la energía de los relámpagos y truenos para que nada se detenga y permanezca en nosotros; sino que solamente nos transforme, para despertar una nueva mirada desde el amanecer que siempre llega.

Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

Madrugada, 13 de marzo de 2023

 Para escuchar y reflexionar: La sabiduría de las tormentas

 

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Besos en la siesta


Tu mano en mi cabeza

sosteniendo mis miedos,

tus ojos que me hablan,

tu corazón que respira

verdades en mi sombra.

 

Y allí bajo los árboles

tus labios en los míos,

una canción de besos

murmurados con ternura.

 

En el centro del pecho

un algodón de azúcar

endulzando el latido,

tiñendo mi voz

con el sabor de tus besos

 

Soledad Lorena©

En el sopor de una siesta

16 de noviembre de 2022

(Un hombre que besa así en sueños, 

merece el intento de besarlo despierta)

 



jueves, 3 de noviembre de 2022

Versos en viaje

 Hay lugares donde uno

apenas si se posa un momento

y sobreviene una nostalgia

que una no sabe

si es el recuerdo

de los momentos vividos

o la emoción de sentirse parte

del paisaje y las calles.

 

Ya no hay sitio ni abrazos

y sin embargo,

desde una espera entre equipajes

una quiere cambiar el destino,

descubrir una arboleda,

enamorarse de un jardín

y decir ‘aquí me quedo’.

 

¿Se podrá ser feliz en un sitio

sin las personas que lo habitaban

y sin el eco de las risas

que se evaporan en el recuerdo?

 

 
Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo / Tejedora de Puentes

Martes 20 de septiembre 2022

Terminal de Mendoza, Argentina

viernes, 10 de junio de 2022

Poesía dormida

 



Nos privamos de la poesía

cuando escondemos las alas

para no incomodar a los cautivos,

cuando silenciamos el amor

para no intimidar a los cobardes.

 

Nos alejamos de la poesía

cuando dejamos de besar

los nombres que se apartan,

cuando dormimos los sueños

para no despertar ilusiones,

cuando sometemos el corazón

a los mandatos de la razón.

 

Dejamos de respirar poesía

cuando contenemos el aliento

para no recordar ecos prohibidos,

cuando perdemos el arrebol

bajo la palabra en susurro,

cuando dejamos de bailar con los versos

para no alborotar

la santa quietud de los resignados,

y cuando pedimos permiso

para acariciar el alma amada.

Soledad Lorena©

10 de junio de 2022




domingo, 27 de febrero de 2022

Tienda Virtual

 Estrenamos Tienda Virtual en 2022.






En la Tienda podrás agregar diferentes publicaciones al carrito, con un solo costo de envío.  Podrás incluso mezclar publicaciones digitales (Ebook y Audio Libro) con ediciones de Libros Artesanales.  El Stock de la Tienda está actualizado con lo que tengo disponible para entrega o despacho inmediato.







La Libertad de Escribir

 A veces, escribo desde lo que Soy y Siento.  Otras veces escribo como mensajera que Dios elige para recordarnos su Amor y Sabiduría.

Siempre escribo como un ejercicio de Soberanía personal, como una práctica de meditación, como una manera de sembrar el buen Amor y multiplicar la Luz; pero por sobre todo, como una forma de cultivar la Paz interior.  Ya que solo desde la Paz interior, podemos sostener relaciones sanas con Dios, las personas que nos rodean y el mundo que habitamos.



Te invito a leer el artículo completo desde el Blog en mi página web.

Comparto mi viaje con la escritura: ¿Por qué comencé a escribir? ¿Por qué escribí solo poemas durante casi 40 años? ¿Por qué escribo ahora?

Escrito en una tarde fresca de domingo, desde la escalera, tomando mates, bajo el cielo de San Luis.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Meherdeep Kaur© / Tejedora de Magia

sábado, 19 de febrero de 2022

Poetisa Perdida

 

Lo que alguna vez fue un corazón doliente, cautivo de desamores y abandonos, es ahora una tierra marcada por surcos trazados por la rueda gigante de la vida.  En el centro, un estanque de aguas misteriosas donde florece un loto que nunca envejece. 

Los jazmines y alelíes han migrado en bandadas de pétalos sumisos, sometidos a los vaivenes del destino.

Ya no quedan cobertizos ni graneros desbordados de semillas que sofocan ante mi necesidad de amar.






En algún punto del camino, descubrí que mi desesperada obsesión por amar ‘demasiado’ era un disfraz engañoso para encubrir una carencia insoportablemente dolorosa por ser reconocida, amada y aceptada.

Ya no anhelo que mi nombre habite un corazón desamorado, ni que pueble almohadas con susurros de canela y miel.

No soy el árbol frondoso con un tronco de curvas pronunciadas que lloraba la ausencia de quienes ya no buscaban su sombra ni su abrigo.

Tampoco soy aquella playa solitaria que perdía su mirada en la silueta de barcos que nunca llegaban o en el vuelo de gaviotas que mudaban de cielo.




Había una rara belleza en la poesía escrita con lágrimas de sal, en el trazo padeciente de amores incomprendidos, en la agonía constante de existir en el momento y lugar equivocado; en el beso sostenido y el abrazo contenido; en la piel despoblada de caricias, en la húmeda oscuridad de la profundidad del pozo, en el vértigo tentador del abismo sin nombre, en la herida sangrante como identidad y bandera.

La Mujer Madre es un faro apostado en una península sin coordenadas terrestres, una luz que gira tenue y lentamente solo para recordar las semillas del Amor que alguna vez sembró con tanto ahínco.  Ya no es puerto ni muelle; ya no es nido ni destino; es apenas una plegaria sostenida para que su nombre solo despierte sonrisas y sensaciones de abrazos sin distancia.



La Mujer Amante es una parcela de rosas en capullo; una geografía silvestre jamás colonizada, desheredada de cicatrices, rastros y huellas de nombres ahora desconocidos; es un puñado de polvo de estrellas viajando con el viento; un nombre que solo puede ser suspirado por quien honra el Templo; un beso anónimo en las noches de luna llena; una viajera que no espera barcas ni gaviotas; una peregrina que dibuja su propio camino.



La Niña Perdida ya no llora por los rincones, lamentando su suerte y llamando a los seres azules para que regresen a buscarla.  La Niña Tristeza ha encontrado en su corazón los tesoros dormidos, la Madre que todo lo sana y el talismán que descubre los pasadizos secretos.  La Niña Rechazada ya no esconde sus colores ni sus dones, ni su magia. Ya no camina por las ciudades buscando salvar corazones maltrechos, como deseo ancestral de que alguien de algún modo sanara el suyo.  La Niña Avergonzada ya no esconde su brillo, no baja la mirada, no susurra sus deseos, no maldice sus sueños, no negocia su paz y no deja que nadie mancille sus Alas.



La Mujer Luna abre su corazón a la noche estrellada y escucha los mensajes que el cielo murmura en su corazón.



La Mujer Medicina prepara una tisana con dos hojas de albahaca y unas gotas de limón; y en el cuenco de sus manos bendice las palabras que nos recuerdan sanos.

La Mujer Maga se reconoce hacedora de milagros y puede crear un espacio sagrado entre una parva de escombros y un paisaje de cemento.  Sobre los techos de chapa y los muros imperfectos, el Cielo se extiende vasto y generoso, imperturbable ante la grotesca disposición urbana que confina los cuerpos y adormece las Almas.



La Poetisa que antes escribía se ha perdido; hubo un tiempo en que extrañaba sus poemas, pero invocarla, sería invocar una Mujer lastimada y sedienta de Amor que ya no existe.  La Mujer que ahora escribe es una colección de experiencias, aprendizajes, personajes de mis cuentos y muertes en vida; pero por sobre todo es el reflejo en el espejo, de una mujer nueva, una mujer que se atreve y aprende desde la humildad de haber descubierto que el camino recién empieza.




 

Estoy de pie, desnuda mi alma y mi corazón, las cicatrices bordadas con hilos de seda dorados, rosas y blancos;  las alas en mi espalda se agitan fuertes y desafiantes a pesar de los parches y remiendos después de tantas batallas y caídas; mi pelo se ondula con el viento, con surcos plateados que brillan bajo la luna; no llevo escudos ni armaduras, tampoco una espada; llevo apenas un vestido de gasas tenue y sutil, una amapola en el centro de mi pecho y una corona de rosas en mi cabeza.  Delante de mí, camina el Arcángel Gabriel, a mi derecha el Arcángel Rafael, a mi izquierda el Arcángel Miguel y detrás de mí el Arcángel Uriel; sobre mí vuela y planea una paloma blanca rodeada de los dones del Espíritu Santo; en mis pies descalzos, las sandalias de Jesús; en mi corazón, el Amor de Dios; en mis manos el Rosario Amoroso de la Madre María; en mis ojos, lágrimas de emoción por todo lo que es y por todo lo que puede ser posible en mi vida.

Que Tu Voluntad Divina sea derramada y realizada a través de mí.

Que mis acciones sean Tu Verbo.

Que mis palabras sean Tu Sabiduría.

Que mi Amor sea Tu Amor.

Que Tu Compasión sea la nueva Poesía.

Que Tus Milagros sean las nuevas Historias a contar.

Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

 

 


Viernes 18 de febrero de 2022

Mates en la escalera, después de una lectura de Tarot Evolutivo para mí.

Atardecer en San Luis, con mi libreta y un lápiz.

Una mariposa en tonos de naranjas ha revoloteado frente a mí; luego se ha posado en la medianera a la altura de mis ojos, se ha detenido y nos hemos mirado por un instante.  Me ha dejado un mensaje mientras yo escribía y luego ha seguido su viaje.

Debería ejercer mi oficio de escritora todos los días, es una buena idea hacerlo en la escalera, con aire fresco, bajo el cielo inmenso.  Tanto encierro me hace mal y perturba mi mente.

Debería trabajar con las cartas de Tarot cada día, transitar el camino sin expectativas y sin querer controlar el resultado con calendarios y estadísticas.

El camino de la Devoción es así: dedicar el corazón, el hábito, la mente y la intención a transitar el Sendero que Dios nos indica.  Todo lo demás llega por añadidura.

Susie / Susannah / Soledad Lorena



 

martes, 26 de octubre de 2021

Pasos perdidos

A veces, solo a veces
a hurtadillas y descalza
dejo que el viento me rapte
para sembrar tímidamente
anzuelos con mí nombre
en mares desconocidos,
recuerdo impertinente
de seducciones dormidas.

Soledad Lorena©
Tejedora de Palabras
Susannah Lorenzo
Tejedora de Puentes


martes, 14 de septiembre de 2021

Esperanzas en otoño

Hay días
en que la esperanza
se desgrana
se deshace
se desvanece
se diluye
se agota.

Hay días
en que pesan tanto
los pasaportes vencidos
las maletas sin usar
los abrazos que no llegarán
las risas que no sonarán.

Son días
en que cuentas 
los calendarios sin pan
las agónicas esperas
las semillas sin flor
las noches sin susurros
los vestidos sin baile
los labios sin besos
el horizonte sin promesas
los libros sin lectores
los poemas no vividos
la cocina sin sabores
las tazas sin su té
la niña sin su postre
la mujer sin su magia
la aldaba sin ecos
los mapas sin destino
la brújula sin norte
la mirada sin espejos
el cuenco sin bendiciones
el cielo sin respuestas
la plegaria que demora
y un presente que se duerme.

Son días
en que una se pregunta
si acaso ya no queda
más asombro por vivir,
si acaso no existe
el sitio y el momento
donde por fin celebrar.

Soledad Lorena ©
Sobrevivir no es vivir
Vivir sin disfrutar
Es apenas deambular.
Susannah Lorenzo ©
Destejiendo esperanzas


jueves, 21 de enero de 2021

Claveles en el aire

 Esta historia forma parte de Historias Prestadas.


Claveles en el aire

Prolijamente y puntualmente se ha presentado su alma dando señales cada miércoles de Taller Literario.

Ya sabes, abuela, que tú me puedes.

Acabo de terminar un borrador con muchas notas.

Ya tengo tu historia. Prometo pasar en limpio y compartir en cuanto mi cuerpo descanse un poco.

Por ahora, ya sabes, me he emocionado con el final y te he visto sonreír con la libertad que te he regalado.

Susie

San Juan, 21 de enero de 2021




Hay personas que crecen con la pena y el desamor como única realidad y eligen hacer del odio su única verdad.

Hay personas que para lidiar con sus heridas necesitan sembrar esquirlas a diestra y siniestra para sentirse acompañados en la desgracia.

Hay quienes se quedan hundidos en el lodo y arrastran  a quien quiera salvarlos, por miedo a la belleza del loto que busca florecer desde el amor.

Y están las personas, como ella, mi abuela de colores, sonrisa amorosa y mano sanadora, que transmutan la pena y el desamor para regalar alegrías que nunca recibieron.

Hay mujeres, como ella, que fecundan el lodo con sus lágrimas e inventan jardines allí donde solo hay grises.

Son esas mujeres medicina que bordan sobre sus heridas flores que nunca conocieron y andan por la vida sanando y besando corazones rotos para remediar el daño que nadie supo ver en sus ojos.


Elegir

 

-- Tenés que dejar que te toque, es necesario eso, porque un hombre puede parecer bueno y simpático al hablar, pero después, no te gusta cómo te toca.

Yo tenía 14 años, estaba de novia y enamorada por primera vez en la vida y mis padres se horrorizaban porque mi novio me besaba o abrazaba sin haber pedido mi mano ni tener planes de casarse.

Yo, era demasiado ingenua e inocente y no entendía muy bien a qué se refería mi abuela o por qué me decía aquello, después de una discusión que tuve con mis padres.

A ella se le ponían los ojos grandes y la sonrisa de colores ante la sola posibilidad de verme elegir, de ver mi corazón enamorado y de disfrutar con esa pequeña felicidad que duraría tan poco.

Después de perder la libertad de amar a quién yo amaba y de vivir ese amor con la inocencia y la edad de quien aún tiene mucho por vivir, me zambullí en la tristeza y me creí prisionera de mandatos familiares.



A través de mis experiencias, ella se asomaba a un mundo que no había conocido, ni siquiera el de las libertades a medias.

Ella no había podido elegir si estudiar o no, apenas si había hecho un par de grados en una de esas escuelas no urbanas, donde en un mismo aula reunían a varios alumnos de diferentes edades.

Ella hubiera querido leer, estudiar, descubrir otros mundos y aprender algo más que lavar, cocinar y planchar. Pero venía de una familia humilde que cazaba ranas en la acequia para preparar la comida y sus padres consideraron que lo mejor sería asegurar su futuro casándola con un hombre que cumpliría con darle techo y comida.

Ella tenía 15 años y jamás había elegido qué vestido usar, no sabía nada del amor, ni de amigas, ni de fiestas.  Por eso, que su madre la llevara a los bailes del Salón Social de la Colonia, no parecía tan mala idea; después de todo, la música le gustaba y a lo mejor, esos planes de buscar marido resultaban románticos.

El arreglo fue entre él, 10 años mayor, y sus padres.  Ella, apenas si cruzó dos palabras cuando bailaron un par de piezas.  Era aún una niña inocente y divertida que encontraba gracioso el hecho de que él llevara unos dientes de ajo en el bolsillo de la camisa para disimular el olor de sus alpargatas.

Nunca supe si en realidad él estaba enamorado, vio en ella una joven bonita y guapa, acostumbrada a las tareas de una vivienda rural y supo que sería perfecta para cuidar de él y de sus padres.

Él cumplió con las obligaciones de un marido de esa época: darle techo y comida y perpetuar su apellido.

Ella tuvo que aprender de repente a cumplir con obligaciones de esposa para las que nadie la había preparado.

No hubo seducción, ni amor, ni romanticismo, ni sensualidad, ni caricias; no hubo besos dulces, ni palabras tiernas, apenas un acto básico y animal repetido mecánicamente, pero que por suerte, nunca tardaba demasiado.

Cada embarazo era la muestra de esos momentos en los que ella se sentía sucia, invadida y mancillada.  Se escondía entre trapos y quehaceres y su única esperanza era ver nacer a cada niño que le permitiría amar como ella sabía amar.

Ella no eligió su vestido de novia, tampoco pudo elegir casarse en una iglesia.

Ella no eligió cuándo quedarse embarazada o cuántos hijos tener.  Tampoco eligió dónde vivir o qué hacer más allá de cumplir con sus obligaciones.

Cuando ya no quedaron hijos en la casa y la edad le quitó a él la salud para trabajar la tierra, pero no el ímpetu para reclamar sus derechos conyugales, ella encontró en el crochet, el camino para llevar un plato de comida a la mesa y crear esa belleza que no había sentido jamás en su corazón y que nadie le había regalado.  Cultivar flores de todas las formas y colores y ser dueña de un jardín frondoso, le permitían por primera vez, hacer de su vida un remanso y un espacio para el placer que nunca había vivido.

Él llenaba la casa con sus quejas, el olor de sus alpargatas y el olor del bacalao que le gustaba guardar en un aparador, los partidos de futbol multiplicados en la televisión y en la radio con relatos que se  superponían y contradecían.

¿Quién era ella? Él nunca lo supo, nunca la miró a los ojos para compadecerse de su tristeza o de su asco infinito o de su falta de ganas para dejarse hacer lo único que él sabía hacer con una mujer.

Él ni siquiera conocía sus pechos tersos y sedosos, flácidos por los años y la maternidad.  Allí, entre su piel inmaculadamente blanca y un corpiño que protegía día y noche el único rincón que él no necesitaba penetrar, ella guardaba sus ahorros y la estampita de la Virgen a la que rezaba a escondidas.

Yo le había preguntado, curiosa, cuando teníamos charlas cómplices en mi adolescencia, por qué guardaba sus tesoros en su corpiño (tan ingenua yo, creía que había que desnudarse para ‘hacer el amor’) y ella me respondió:

-- Es que tu abuelo allí nunca me toca, ni siquiera me desnuda.

Supongo que esa era la única intimidad y libertad que le había concedido dentro de su primitiva y tosca forma de relacionarse.

¿Quién era ella? Acaso ni ella había tenido tiempo de descubrirlo.  Había sido una hija obediente, una buena esposa y una madre dedicada y amorosa.  Para la sociedad y la familia, eso era suficiente. ¿Acaso hacía falta algo más para tener una buena vida y ‘ser feliz’?

Ella no sabía quién era, pero encontraba su felicidad en la visita de los hijos y los nietos, en los ramos de flores que regalaba, en los tejidos preciosamente perfectos que bendecían otras vidas; en esa belleza que ella era capaz de crear y multiplicar.

Nunca había tenido tanta libertad como esos años de la casa en la ciudad: podía ir de compras, elegir los hilos y lanas, podía comprar los ingredientes para hacer bollitos de anís para sus nietos o comprar a escondidas el perfume que tanto le gustaba, el polvo compacto para su rostro o el matizador para su pelo.

Pero un día, ese hombre fuerte y tozudo que jamás se enfermaba, se murió así de repente, camino a despachar una carta, una tarde de viento Zonda.

Por un instante creyó que encontraría refugio en su jardín y que disfrutaría dormir casi desnuda en las noches de calor, sin miedo a ser poseída como una hembra sin corazón.

Sin embargo, sus hijos y sus nueras (desde un amor sobreprotector) decidieron rápidamente; porque una mujer a cierta edad (o a cualquier edad) no puede ni debe estar sola.  Entonces, vendieron las pocas pertenencias, dejaron el jardín a merced de otros ocupantes que jamás valorarían su belleza y la condenaron a una vida nómade regida por las decisiones de sus hijos y los turnos y exigencias de sus nueras.

Ella, simplemente bajó la mirada, sumisa y silenciosamente, como había hecho toda su vida, se acostumbró a acomodar sus cosas en un bolso y ocupar un rincón prestado en la casa de turno.

Nadie la miró a los ojos, nadie le preguntó qué quería, nadie la creyó fuerte ni capaz, nadie la dejó elegir.

Ya no tenía que preocuparse por tejer para tener un plato de comida cada día o pagar las boletas de luz y gas. Siempre tendría techo y comida.

Tampoco podía elegir el menú del día o agasajar a sus nietos en su cocina y a su manera.

Con aquel marido que la había dejado viuda, había perdido su jardín, su cocina, sus momentos, sus pequeñas libertades y las ganas de vivir.

Siempre había un hijo feliz de tenerla en su casa y ella creyó que con eso alcanzaría.

Siempre había una nuera diligente, dispuesta a organizarle el día, elegirle los hilos y hasta indicarle en qué punto debería tejer.



Fue después de mi divorcio y con 3 hijos para criar sola, que comenzaron nuestras charlas profundas, las confesiones, las verdades nunca dichas, los gritos ahogados y ese mar de lágrimas perladas que inundaban sus ojos cuando se sentía a gusto y a salvo en el hueco de mi abrazo.

Le encantaba venir a casa:

-          Dejame que te ayude, por favor. – Y se ponía a planchar. – Me gusta sentirme útil.

En mi casa podía hacer lo que quisiera o no hacer nada, pero pocas veces nos daban permiso, todos creían que ella necesitaba un adulto normal y cuerdo que la cuidara y protegiera.  No sabían de lo mucho que disfrutaba cuidar de sus bisnietos a su manera, sin indicaciones ni restricciones.

Una de esas noches en que ella me mandaba a llamar porque no se sentía bien, charlamos entre masajes, susurros y curaciones.  Hablamos de esas cosas que sus hijos no estaban dispuestos a escuchar y sus nueras no eran capaces de intuir.

-- Quiero irme, ya no quiero más esta vida, estoy cansada.  No me dejan ir, ni vivir.  Me tienen de aquí para allá, como un adorno que se acomoda en cualquier rincón.

Le puse aceite en sus muñecas, en su frente y en su nuca.  La escuché y la arrullé hasta que se calmó y ya no quedaron lágrimas por derramar.

Entonces, la miré a los ojos, sujetando sus manos con las mías.

-- Abuela, ¿Qué quiere hacer?

-- Quiero irme, Susy, quiero irme.

-- Si, ya sé, yo tampoco aguanto vivir aquí y usted sabe cuántas veces he querido irme.  Pero, si yo le doy la posibilidad de elegir, ¿qué quiere hacer? ¿Dónde quiere que vayamos?

-- Es que todos se van a poner tristes si no les hago caso.

-- No importa, abuela, ellos eligen qué hacer con su vida.

--¿Te acordás de los jardines de hortensias en Apóstoles?

-- Si, claro que me acuerdo.

La dejé durmiendo ya más tranquila y volví a casa con mis niños.

En menos de una semana yo había vendido todo y reunido suficiente dinero.  Empaqué lo más que pude en el baúl del auto y les dije a mis hijos que emprenderíamos una aventura con su ‘nonita’, como ellos le decían.

Pasé a buscarla por casa de mis padres.  Ella me esperaba con su alma de niña, su corazón alegre y los ojos llenos de brillo.

Atrás quedó un vendaval de quejas, sermones y sentencias.

En el auto éramos cinco niños, bailando, cantando, riendo y escapando de mandatos y frustraciones familiares.

Alquilamos una casa cerca de La Cachuera, tenía un pequeño jardín descuidado, con unos manchones de verde sobre una superficie de tierra colorada surcada por la lluvia; pero un cantero lleno de claveles nos convenció de que ese era nuestro lugar.

A una semana de haber llegado, mis hijos ya tenían amigos que los invitaban a jugar; una mujer de ascendencia ucraniana con un jardín de hortensias gigantes, había invitado a mi abuela a llevar sus bollitos de anís y decorar con sus carpetas de crochet, manteles y servilletas  la casa de té que abría por las tardes. Y yo, me dediqué a escribir historias prestadas, de esas que regalan vuelos  a quien no tiene alas y dibujan palabras para quien olvidó su voz.



Con ella aprendí que hay muchas circunstancias en la vida que no podemos elegir y otras veces dejamos que elijan por nosotros por miedo a ejercer nuestra libertad.

Sin embargo, siempre podemos elegir amar, dar y hacer felices a otras personas.

Podemos elegir crear y regalar belleza, para quitar un poco de grises y amarguras.

Podemos elegir ser la mejor versión de nosotros mismos y dar todo aquello que nunca pudimos recibir.

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

 20/21 de enero de 2021

(He llorado al terminar y leer la historia.  Esa charla, esa noche existió, así como todas sus confesiones.  Yo no tuve el valor de desafiar a la familia y los dejé hacer.  En vez de regalarle un poco de alegría, vendí todo, armé mis valijas e intenté irme del país, como eso no fue posible, me fui a otra ciudad para escapar de todo aquello que no sabía cómo frenar.  Y la dejé, con esa realidad que a ambas nos agobiaba, y no pudimos despedirnos; y el día de su muerte, su tristeza me alcanzó en la distancia, en una noche de lluvia y mi cuerpo y mi corazón supieron que se había ido, antes de que llegaran las noticias.)

(En mi infancia, vivimos en diferentes provincias y ciudades, y a casi todas, mis abuelos fueron de paseo; y cuando no, las cartas con mi abuela, nos mantenían siempre cerca, siempre acompañadas en nuestras soledades.  El pueblo de Apóstoles está en la provincia de Misiones, donde viví cuando estaba en primero y segundo grado.)

Puedes conocer más sobre Escritura Terapéutica en mi página web.

Tratado sobre el Amor, incluido en el libro Amor de Madre, fue escrito con la inspiración de ese amor inmenso que solo mi abuela Ascención era capaz de brindar. Puedes escucharlo en mi canal de YouTube.


Notas:

Ella es mi abuela mágica, mi abuela Ascensión.  Estoy segura que ella está sonriendo con esa sonrisa que a todos contagiaba.

El día que murió en la ciudad de San Juan, mis hijos y yo estábamos muy lejos, buscando nuevos rumbos en San Rafael, Mendoza, después de un intento fallido de salir del país.

Ese día pusimos música y bailamos, buscamos flores y tejimos a crochet.  Ella me había pedido que hiciéramos algo que nos gustara y a ella le gustara también.

Siempre me decía, "cuando ya no esté, voy a estar mirando desde el cielo para verte feliz".  "Quiero verte feliz."

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A veces uno cree que lo que hace es muy poco o lo que siembra no volverá a florecer en la próxima primavera.

Aunque la Madre Teresa nos recuerde que el océano no sería el mismo sin la gota que somos, tendemos a sentirnos diminutos y finitos a la luz de nuestras sombras y penas.

Mi abuela Ascensión, la Nonita de mis hijos, no sembraba para cosechar, no buscaba herederos de su arte. Sembraba lo que no había recibido con la esperanza de que los corazones tristes encontraran la felicidad. Tejía porque era su manera de hacer más linda la vida y en su tejido su corazón dolía menos.

Ella nunca hubiera imaginado que sus semillas llegarían tan lejos ni que su amor inspiraría tanto. Ella se creía pequeña y casi invisible.

Esté donde esté sé que su sonrisa cristalina ilumina el cielo cuando su bisnieta teje palomas del espíritu Santo o palabras que rescatan nuestra herencia. También sé que se alegra cuando algunas de sus tataranietas dan sus primeros pasos con el crochet.




Siempre dije que si volara en algo, sería en un lampazo con piolines de colores; sin embargo cuando vi esta imagen pensé en mi abuela, que amaba los claveles. 

A ella le gustaría verme por fin libre haciendo lo que hago.

Cuando me ocupaba de ella, con masajes, oraciones o simplemente con mi corazón, ella decía sentirse mejor que con ningún médico.

A mi abuela no le gustaban los días nublados.  Se ponía triste porque decía que los seres queridos en el cielo estaban tristes.

Yo prefiero creer que nos recuerdan que todavía están con nosotros y que nos echan un poco de agua para lavarnos las penas.

Aquí estoy, mi querida Abuela, aprendiendo a ser feliz y aprendiendo a Amar y sonreír a pesar de todo.

Susie

Susana

Susannah Lorenzo©

Soledad Lorena©

Enero 2021

 

 

domingo, 11 de octubre de 2020

La Bruja de los Besos

 Me sano

Te sanas


El agua cristalina y tibia los envolvía sugerente, jugaban como niños, apoyaban los pies en uno de los bordes de la pileta, flexionaban las piernas y se impulsaban hacia atrás para medir quién llegaba más lejos. Reían con complicidad y ternura, se rozaban sin malicia y se hablaban sin palabras. Otras personas en la pileta los miraban curiosos. Se acomodaron en uno de los bordes de la piscina para devolver las miradas y desafiar los testigos;  él cruzó su pierna sobre la de ella, sin despegar un centímetro su cuerpo, ella lo miró intrigada y él simplemente sonrió para desarmar todas sus defensas.

Se despertó turbada por las emociones del sueño y el calor de la siesta que la había sorprendido bajo una manta. El sueño había sido tan real que el cuerpo guardaba la memoria de los momentos compartidos.  Miró su celular y entre las notificaciones de las redes sociales, había una de ese hombre más joven al que nunca había mirado como un sujeto deseable. Sincronicidades inexplicables…



Entonces recordó otros sueños, otros hombres, otras sensaciones, conexiones en el cosmos sin fronteras, puentes dibujados en algún lugar del infinito.  

La primera vez que sucedió, ella creyó que ese hombre tímido siempre atento y respetuoso, escondía sentimientos que no se animaba a expresar. Cada vez que ella soñaba con él y se encontraban en algún puente energético, se producía alguna clase de contacto, un mensaje, un llamado, una visita inesperada.  Más temprano que tarde, se dio cuenta que él solo buscaba el refugio de su paz, la energía sanadora de su espacio, la confidencia en sus momentos de angustia y a veces, se convertía en apenas un mensajero que el universo necesitaba para que ella resolviera asuntos terrestres.

Por eso, comenzó a ignorar, enojarse, frustrarse o sentirse culpable cada vez que en sus sueños, su piel se rozaba con el nombre de un rostro conocido y se despertaba con besos que palpitaban en su pecho.



El sueño de la pileta aún agitaba sus aguas y su río estaba despierto en remolinos de vientos sagrados.  ¿En qué se parecían todos los hombres con los que había soñado durante su celibato voluntario? Los conocía o los había conocido en persona, estaban solos o mal acompañados, eran mal amados, se amaban poco y no sabían o no estaban dispuestos a  amar intensamente; todos eran queribles pero no deseables, eran más jóvenes y desafiaban todos sus prejuicios.

Encendió un sahumerio, buscó sus aceites, dejó que su piel se volviera transparente bajo el sol de la tarde. Se dijo todas las cosas bonitas que había aprendido a decirse, jugó con sus pliegues y sus curvas, navegó humedades y se convirtió en un río dulce de almendras  y jazmines. Cuando la miel de sus labios cuajó en el punto justo, exhaló su magia para alcanzar al hombre de la pileta, descubrió su espalda, le besó la mirada, abrazó sus miedos y le susurró al oído: ‘me sano, te sanas'.  Él le devolvió la sonrisa y se enredó en las ondulaciones del río que bailaba suavizando corazones. Ella sintió algo en su boca, la herida que llevaba una semana sin cicatrizar en sus labios, pulsó al ritmo de su placer y floreció en un suspiro sin nombre; acaba de convertirse en La Bruja de los Besos.

El guardián de su mente (sí, ella tiene guardianes masculinos y crueles en su mente) la increpó: ‘¿Acaso no ibas a mantenerte virgen y casta para el buen amor sin invocar jamás el nombre de alguien sin su permiso?’

Ella se sacudió el espejismo sobre su hombro y sin dudarlo respondió: ‘Estoy aprendiendo a amar sin esperar nada, a aceptar y honrar hombres con defectos: espaldas imperfectas, pectorales sin turgencia, abdómenes excedidos, cabelleras desparejas, miedos encarcelados, heridas desatendidas, zapatos inadecuados, ropas desaliñadas. Ya no pretendo salvarlos, curarlos o amarlos; no espero que me amen, me miren o me busquen;  solo dejo que el río fluya y su cauce encuentre las rutas dibujadas en los sueños.’




Sucedía siempre en domingo, a veces de madrugada, a veces en la siesta, no los elegía, simplemente invadían su sueño espeso y profundo.  Cada encuentro era diferente y nunca sabía lo que cada quien traería consigo.  A algunos los besaba en los ojos, otros en la frente, algunos en sus labios sugerentes, a veces los besaba en la espalda, otras veces les besaba las manos; pero inevitablemente les besaba el corazón. Sus almas estaban ahí aún palpables de cada sueño y participaban sin recelos ni armaduras, dejándose besar y muchas veces, besándola donde ella ya no guardaba memorias.

Ellos comenzaban su lunes con un aire distinto, se despertaban besados y con ganas renovadas de amar y descubrir.  Intentaban recordar sus experiencias oníricas, pero no había nombres ni rostros, solo ese sabor a almendras y ese aroma a jazmines que los cubría por dentro y por fuera.  Se miraban al espejo y sonreían.  Se palpaban el pecho descubriendo una sensación que jamás los había habitado.

Ella no necesitaba averiguar, ni escribir ni llamar.  Siempre había algún mensaje, que nunca demoraba más de una semana, un comentario casual, una voz encendida, una sonrisa diferente en esas fotos distantes, la confirmación de que sus besos se habían posado y un batir de alas les había dibujado nuevos cielos.



Comenzó a preocuparse, a pensar que quizá el buen amor no llegaría, si ella estaba ocupada respondiendo al llamado de almas en sus sueños. Convocó a los guardianes de su mente, porque su corazón se sentía pleno con esos instantes sin cuerpo ni espacio. Entonces, el guardián más viejo se sentó aburrido de no tener trabajo y le respondió claramente: ‘Cuando ya no busques, ni esperes, ni juzgues, ni anheles, ni ansíes, ni siquiera en el rincón más pequeño de tu ego; el buen amor se anunciará en tus sueños y recitará en tus labios las palabras sagradas y al despertar, una voz hará eco en tu piel para decirte: “Es tiempo, ya estoy aquí.”Tu  Alma lo reconocerá por el roce de sus silencios en tu cuenco vacío.’

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes

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Domingo 11 de octubre de 2020