viernes, 28 de agosto de 2009

Sicario


En una mamushka de mi cuarto
en una celda secreta de tiempo,
me atrevo y te sueño
agitando mi aliento en tu recuerdo,
diminutos latidos tapiando
un patio de emociones prohibidas,
imprevista primavera,
espejismo o barbarie
de un invierno en cadena perpetua.

Mas, sujeto tu nombre
sin murmurarlo apenas
pues tu corazón es cautivo
de tus miedos mercenarios.

Besarte es un abismo
de inauditas verdades,
una busqueda vana
de amores condenados.

martes, 25 de agosto de 2009

Una busca un espejo

fachada imposible

de espectros y verdades,

se confunde con el ruido

y juzga desde el nombre

que viste nuestros miedos.


Pero si cierro los ojos

y guardo en el cuenco

de mi mano tu piel,

basta un minuto de silencio

para saberte entero,

y basta un día de tu ausencia

para añorar lo que no llega.


lunes, 10 de agosto de 2009

Disguise

“Disguise” es una palabra que me gusta más en inglés que en castellano, será que cada lengua tiene palabras que no pueden traducirse con el peso, el sonido y el significado justo. Porque si yo digo “disfraz” suena a carnaval, suena a fiesta, a chaya y a alguna extraña forma de burla.

  • Disguise: (vt) Change the appearance of, in order to deceive or to hide the identity of. (n) Dress, actions, manner etc used for disguising. (Eg.) –She made no disguise of her feelings. (She did not hide them).

Así vamos por la vida con nuestras máscaras, fingiendo que todo está bien, fingiendo que estamos al mando y que todo, absolutamente todo está bajo control. Porque aquellos cuya sensibilidad es ínfima, aquellos que han tenido una vida relativamente normal, creen que aquí de esta lado, no estamos bien porque no queremos. Y aquellos que son incapaces de ver en el corazón ajeno piensan que deberíamos ser objeto de algún estudio psiquiátrico, de algún trámite de internación en una clínica que nos volviera más normal. Vamos con el “disguise” porque ya no queremos explicar cómo se siente, ya no intentamos justificar porque duele tanto.

Y uno por las dudas va haciendo el intento, de parecer normal, de no dejar que las emociones nos rebelen o revelen. Anestesiamos, dormimos, escondemos, exiliamos, fingimos, olvidamos, archivamos. Entonces, de repente, el altillo, el sótano o la tumba nos desequilibran, porque el peso de lo sepultado es infinitamente mayor a lo que hay al descubierto, al aire libre, visible y tangible.

Basta un par de lágrimas mínimas, dolorosas, de sal, para recordarnos que en un río subterráneo hay un llanto contenido, una docena de gritos de impotencia y dolor. Basta un corazón perturbado en las noches, por pesadillas que nada saben de nuestro latido, para comprender que la emoción se ha vuelto rancia y oscura, ajena e incomprensible.

Invisible, imperceptible, imperturbable, ya no brillamos, ya no somos, ya no vivimos. Simplemente nos echamos a esperar la muerte que llegue como un manto oscuro, como un olvido eterno, como un silencio largo y calmo.