miércoles, 27 de febrero de 2008

Crónica

Ayer un vecino ha llamado a la radio para exponer su queja sobre la supuesta invasión de trabajadores peruanos y bolivianos, en obras viales que se realizan en la ciudad.

Recorriendo el barrio donde se concentra la mayor cantidad de trabajos de pavimentación, no es difícil encontrarlos. A media mañana los reúne un improvisado desayuno, algunas galletas baratas o un par de raspaditas que comen con recelo, y algunos, con suerte, un litro de leche compartido en fondos de envases plásticos que ofician de tazas. Tratan de buscar algún sitio seco que los resguarde de la helada que comienza a levantarse.

Mano de obra barata, que le dicen, trabajadores golondrinas que cruzan la frontera para trabajar sin reglas ni beneficios, a cambio de un salario que no consiguen en su país.

A la hora de la siesta, tapizan la plaza del barrio, que se ha vuelto un patio soleado en el marco de las montañas nevadas. Tendidos boca arriba, la cara tapada con una gorra y el cielo como cobija, toman su siesta, como si durmieran en la cama más mullida.

Las jornadas laborales son extensas y no perdonan los vientos intensos o las temperaturas bajo cero. Tampoco saben de feriados, ni domingos. Muchos caminan encorvados y cansados, no aprobarían un examen psicofísico de ingreso laboral. Pero las reglas se pasan por alto cuando el municipio licita y los costos del contratista son los más bajos.

Al caer la noche, los tan mal mirados “bolitas” desaparecen en algún trailer viejo, en la cabina de una máquina o en alguna pensión compartida, con más inquilinos que comodidades.

Mientras tanto, el vecino disconforme matea con su mujer, que acaba de llegar de una maratón de lavado y planchado, en tres casas del pueblo. Ella prepara unas tortas fritas para calmar el hambre de los chicos. El saca cuentas de cuántos cartones de vino y cuantos paquetes de puchos puede comprar con el plan trabajar que mañana le toca cobrar. Ella ni siquiera sabe que un puñado de extranjeros le “roba” el trabajo a los clientes fijos del asistencialismo.

Bº Malvinas, Malargüe

Mendoza, Argentina

2 comentarios:

Néstor Morris dijo...

Quien quiera oir que oiga...quien no...(son muchos)

Felicitaciones por esta entrega. Comparto plenamente su médula, su mensaje.

Un cordial saludo.

Susannah Lorenzo dijo...

Es cierto Nestor, tan pocos escuchan.
Gracias por tu comentario. La crónica estaba olvidada en un archivo y decidí rescatarla después de ver una situación parecida.

Gracias