jueves, 28 de enero de 2010

Descuido


Ella no tomó recaudos, no levantó barreras, no mantuvo escudos. Simplemente se dejó proteger porque después de todo, era sólo un ángel caído haciendo su turno de guardia. Imaginó que ni siquiera era un amigo para atesorar por mucho tiempo. Sino un guerrero de esos que uno cruza en el camino para recordarnos que no estamos solos en la batalla.

No había juegos de seducción desplegados, ni siquiera un atisbo de riesgo en sus palabras o en su voz que alguna vez fue cotidiana. La versión moderna de la amistad epistolar: correos electrónicos, mensajes de texto y llamadas eternas. El desencuentro y la distancia dejaron su huella de ausencia y nostalgia pero aún seguía estando a salvo.


Será por eso, porque no estaba atenta o porque nada en sus ojos, ni en su mirada, ni en sus palabras, provocaba siquiera curiosidad; que cuando él la tomó del brazo para saludarla después del reencuentro, ella se descubrió vulnerablemente atravesada por una ráfaga. Un destello de luz que la transportó en dos segundos a todo un pasado de saberse a salvo, a un incierto futuro de añorar su abrazo. Un fugaz instante donde, como en un rompecabezas, cada charla, cada gesto, cada palabra, cada silencio, le devolvió una imagen completa que llegaba para tocar su corazón sin mediar distancias.

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