Lo que alguna vez fue un corazón doliente, cautivo de
desamores y abandonos, es ahora una tierra marcada por surcos trazados por la
rueda gigante de la vida. En el centro,
un estanque de aguas misteriosas donde florece un loto que nunca envejece.
Los jazmines y alelíes han migrado en bandadas de pétalos
sumisos, sometidos a los vaivenes del destino.
Ya no quedan cobertizos ni graneros desbordados de semillas
que sofocan ante mi necesidad de amar.
En algún punto del camino, descubrí que mi desesperada
obsesión por amar ‘demasiado’ era un disfraz engañoso para encubrir una carencia
insoportablemente dolorosa por ser reconocida, amada y aceptada.
Ya no anhelo que mi nombre habite un corazón desamorado, ni
que pueble almohadas con susurros de canela y miel.
No soy el árbol frondoso con un tronco de curvas
pronunciadas que lloraba la ausencia de quienes ya no buscaban su sombra ni su
abrigo.
Tampoco soy aquella playa solitaria que perdía su mirada en
la silueta de barcos que nunca llegaban o en el vuelo de gaviotas que mudaban
de cielo.
Había una rara belleza en la poesía escrita con lágrimas de
sal, en el trazo padeciente de amores incomprendidos, en la agonía constante de
existir en el momento y lugar equivocado; en el beso sostenido y el abrazo
contenido; en la piel despoblada de caricias, en la húmeda oscuridad de la
profundidad del pozo, en el vértigo tentador del abismo sin nombre, en la
herida sangrante como identidad y bandera.
La Mujer Madre es un faro apostado en una península sin
coordenadas terrestres, una luz que gira tenue y lentamente solo para recordar
las semillas del Amor que alguna vez sembró con tanto ahínco. Ya no es puerto ni muelle; ya no es nido ni
destino; es apenas una plegaria sostenida para que su nombre solo despierte
sonrisas y sensaciones de abrazos sin distancia.
La Mujer Amante es una parcela de rosas en capullo; una
geografía silvestre jamás colonizada, desheredada de cicatrices, rastros y
huellas de nombres ahora desconocidos; es un puñado de polvo de estrellas
viajando con el viento; un nombre que solo puede ser suspirado por quien honra
el Templo; un beso anónimo en las noches de luna llena; una viajera que no
espera barcas ni gaviotas; una peregrina que dibuja su propio camino.
La Niña Perdida ya no llora por los rincones, lamentando su
suerte y llamando a los seres azules para que regresen a buscarla. La Niña Tristeza ha encontrado en su corazón
los tesoros dormidos, la Madre que todo lo sana y el talismán que descubre los
pasadizos secretos. La Niña Rechazada ya
no esconde sus colores ni sus dones, ni su magia. Ya no camina por las ciudades
buscando salvar corazones maltrechos, como deseo ancestral de que alguien de
algún modo sanara el suyo. La Niña
Avergonzada ya no esconde su brillo, no baja la mirada, no susurra sus deseos,
no maldice sus sueños, no negocia su paz y no deja que nadie mancille sus Alas.
La Mujer Luna abre su corazón a la noche estrellada y
escucha los mensajes que el cielo murmura en su corazón.
La Mujer Medicina prepara una tisana con dos hojas de
albahaca y unas gotas de limón; y en el cuenco de sus manos bendice las
palabras que nos recuerdan sanos.
La Mujer Maga se reconoce hacedora de milagros y puede crear
un espacio sagrado entre una parva de escombros y un paisaje de cemento. Sobre los techos de chapa y los muros
imperfectos, el Cielo se extiende vasto y generoso, imperturbable ante la
grotesca disposición urbana que confina los cuerpos y adormece las Almas.
La Poetisa que antes escribía se ha perdido; hubo un tiempo en que extrañaba
sus poemas, pero invocarla, sería invocar una Mujer lastimada y sedienta de
Amor que ya no existe. La Mujer que
ahora escribe es una colección de experiencias, aprendizajes, personajes de mis
cuentos y muertes en vida; pero por sobre todo es el reflejo en el espejo, de
una mujer nueva, una mujer que se atreve y aprende desde la humildad de haber
descubierto que el camino recién empieza.
Estoy de pie, desnuda mi alma y mi corazón, las cicatrices
bordadas con hilos de seda dorados, rosas y blancos; las alas en mi espalda se agitan fuertes y
desafiantes a pesar de los parches y remiendos después de tantas batallas y
caídas; mi pelo se ondula con el viento, con surcos plateados que brillan bajo
la luna; no llevo escudos ni armaduras, tampoco una espada; llevo apenas un
vestido de gasas tenue y sutil, una amapola en el centro de mi pecho y una
corona de rosas en mi cabeza. Delante de
mí, camina el Arcángel Gabriel, a mi derecha el Arcángel Rafael, a mi izquierda
el Arcángel Miguel y detrás de mí el Arcángel Uriel; sobre mí vuela y planea
una paloma blanca rodeada de los dones del Espíritu Santo; en mis pies
descalzos, las sandalias de Jesús; en mi corazón, el Amor de Dios; en mis manos
el Rosario Amoroso de la Madre María; en mis ojos, lágrimas de emoción por todo
lo que es y por todo lo que puede ser posible en mi vida.
Que Tu Voluntad Divina sea derramada y realizada a través de
mí.
Que mis acciones sean Tu Verbo.
Que mis palabras sean Tu Sabiduría.
Que mi Amor sea Tu Amor.
Que Tu Compasión sea la nueva Poesía.
Que Tus Milagros sean las nuevas Historias a contar.
Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras
Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes
Viernes 18 de febrero de 2022
Mates en la escalera, después de una lectura de Tarot
Evolutivo para mí.
Atardecer en San Luis, con mi libreta y un lápiz.
Una mariposa en tonos de naranjas ha revoloteado frente a
mí; luego se ha posado en la medianera a la altura de mis ojos, se ha detenido
y nos hemos mirado por un instante. Me ha
dejado un mensaje mientras yo escribía y luego ha seguido su viaje.
Debería ejercer mi oficio de escritora todos los días, es
una buena idea hacerlo en la escalera, con aire fresco, bajo el cielo
inmenso. Tanto encierro me hace mal y
perturba mi mente.
Debería trabajar con las cartas de Tarot cada día, transitar
el camino sin expectativas y sin querer controlar el resultado con calendarios
y estadísticas.
El camino de la Devoción es así: dedicar el corazón, el
hábito, la mente y la intención a transitar el Sendero que Dios nos
indica. Todo lo demás llega por
añadidura.
Susie / Susannah / Soledad Lorena