Una cree que finalmente es un lienzo blanco, una tabla rasa, un cuenco inmaculadamente vacío. Una cree haber raspado la epidermis hasta borrar todo rastro, huella, eco o ruinas de aquello que a fuerza de voluntad e intención ha olvidado y superado. Mas basta un sueño vívido y descarnado para que nuestro subconsciente nos refriegue en las narices los surcos ignorados de nuestro corazón, las cicatrices de tierra marchita que siguen floreciendo pétalos rebeldes que ignoran excusas mundanas.
Entonces, una despierta con el sueño en los labios y un puñal en el pecho llena de impotencia porque descubre que aún podría amar a quien no quiere amar ni ser amado.
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