El mar se adormece
sobre la línea difusa
de un horizonte
que se pierde sin soles.
No hay rumor de olas
ni vuelos de gaviotas,
apenas el recuerdo
de los pies mojados
hundiendo pasos en la arena.
La playa se viste de desierto,
como una tierra calva
donde no ondean
ni ramas ni follajes.
No importan las plegarias
ni las noches sin luna,
ni los bailes y fogatas.
Cuando el tiempo se detiene
y los cielos no dibujan
estrellas ni mapas;
hay que cuidar el aliento,
dormir a la sombra del hastío
y simplemente esperar sin prisa
a que el mar desenrolle su falda
y quiera rozar mis costas
con su espuma,
y empapar mi labios
con cielos azules.
Soledad Lorena©
Tejedora de Palabras
28 de julio de 2020
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