Yo era apenas una testigo, una huésped del momento, una mensajera del universo.
En medio del caos y la bruma, él me miró el alma en los ojos, puso sus manos en mis hombros y con un beso en la mejilla, se compadeció de mi suerte.
Tenía la mirada dulce, la voz calma y la sabiduría de reconocer a quien apenas puede sostenerse en pie.
Hubiera dejado que ese caballero de cabellos grises me cuidara el sueño. Alguien había mencionado su nombre pero desde la frontera entre lo mundos, yo apenas si escuchaba. Quise pedirle que se quedara, quise alcanzarlo en el umbral, pero no era el tiempo para historias de amor.
Cuando el viento sopla y se lleva la bruma, su rostro aparece tan claro, que puedo sentir su sonrisa como un bálsamo y recordar el cuenco de sus manos albergando mis brazos.
Estábamos de paso en ese breve instante y sin embargo, hay una llovizna que se asoma cuando recuerdo su presencia.
Soledad Lorena
Susana Lorenzo
Derechos Reservados
09.01.2019
02.:45 am
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