Desde que se mudó a las tierras donde el Nguillatún se muere,
una extraña maldición contagió su aldaba.
En las montañas donde casi nadie saber amar, perdió la ruta del amor y
el romance. Será que uno se condena
innecesariamente por errores cometidos y una voz oculta y silenciosa teje
alambrados que no distinguimos.
Conoció a quien supo dibujar el Mandala que todo lo puede,
sin haber leído jamás una letra de las enseñanzas ancestrales. Pero cuando él descubrió que su corazón se
poblaba de jardines y su piel coloreaba sus grises, huyó hacia el desierto de su soledad, donde
siempre se había sentido seguro.
Hubo quien golpeó con insistencia la puerta buscando quién
sabe qué espejismo, qué raro encantamiento que lo seducía; y sin embargo, no pudo siquiera avanzar un
paso por el portal, temeroso de que aquellas estancias cambiaran su vida.
Y después, llegó el maestro que sabía de los dones, que
conocía el silencio de las cumbres y las palabras escritas sobre papel de
arroz. El invocó los ríos que
transforman y sanan, mas cuando el agua se acercaba generosa y caudalosa, en un
instante levantó un gran dique y contra el muro el agua se dolió.
Entonces, Sazul lloró toda la lava durante noches enteras,
hasta que el corazón le quedó como un volcán en Payunia. Cerró cada pétalo que había abierto, escondió
sus alas bajo la corteza de arboles comunes y no empacó sus valijas, si de todos
modos hace tiempo alguien robó sus pasaportes y compases de viaje. Arrojó todos sus poemas a la hoguera sagrada
para sacarse el frío que deja la piel desnuda por dentro y encontrar el aliento
que la lleve de regreso a un lugar que
aún no conoce.
Soledad
Lorena
11 de julio
de 2012
Porque Vasalisa perdió su muñeca.
Porque las
Mujeres que corren con los Lobos están tan lejos y le hacen tanta falta.
Porque a los
Mantras y Plegarias se los lleva el viento.
Porque la
Mujer Esqueleto se cansó de ser cazada y arrojada a los mares de sal una y
otra vez.
Porque ya no
recuerda cuando fue la última vez que vio a su manada o a su bandada.
Porque por
más que junta los tacones no viaja en torbellinos de mundos encantados.
Porque ni
aún quemando todos los fósforos, el cielo la rapta e inventa el olvido de su
nombre.
Porque ya no
puede ayudar a los Osos de Luna Creciente.
Porque las
cantaoras no escuchan los cajones, las contadoras se quedaron sin cuentos y las
lloronas se ríen como hienas.
Soledad
Lorena
Sazul
Si
el viento fuera como el mar, hoy podría llamarme Alfonsina.