Una se permite un par de días de duelo, de confusión, de
incertidumbre, de tristeza, de pena, de impotencia y hasta de un poco de
vergüenza por haberse equivocado una vez más.
Hasta que tomamos del botiquín de la vida, una dosis de
anestesia potente y efectiva y aprendemos también a hacer como si, como si nada
hubiera pasado, como si nada hubiéramos sentido.
Y un día cualquiera, el sujeto en cuestión recuerda nuestro
nombre, añora quien sabe qué del instante perdido, dispone de un minuto para
enviar un mensaje o dispone de otro instante para golpear a nuestra puerta. Sorprendido ante esa nueva mujer anestesiada
reclama lo que una sola palabra hubiera conservado. Pero no lucha, no intenta buscar el antídoto,
simplemente se vuelve al camino para seguir vaciando su vida de rutinas sin
sentido.
Soledad
Lorena
18 de junio
de 2012
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