Nada queda de castillos, ni torres ni fosos.
Simplemente un vasto campo generoso
vestido de arboledas y jardines,
salpicado de mansas y verdes praderas.
Puedes beber de los arroyos
en breves sorbos o llenar tus ánforas
para derramar el agua en tus desiertos.
Puedes sentir pétalo a pétalo
o devastar los jardines
para teñir tus grises con colores robados.
Hasta te permito colonizar cada parcela
con los besos de tu nombre
y los mapas de tu piel.
Mas no puedes siquiera
llegar con espejos y baratijas
porque demasiados Atilas
sin candores me han dejado.
Tampoco proclames enredos
de palabras que ni conoces,
porque la verdad no se esgrime,
sino que se acepta
como el sol cuando amanece.
De los desiertos y las cenizas
mis alas buscan su cielo;
tus ejércitos no me asustan
pero tu ausencia es una sequía
que no devuelve primaveras.
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