Un nuevo nombre en la lista de ridículos y lentos pretendientes que merodeaban de vez en cuando, como moscardones extraviados. No resultaba difícil adivinar sus intenciones, un par de piernas en tijera y un eco indeciso de un placer mediocre.
Se resistía a ser un nombre olvidable en su colección de conquistas. No es que quisiera enamorarlo, pero añoraba quitar el aliento y jugar en el borde de la cordura. Lo llamó y aceptó su implícita propuesta. Lo citó en un bar de alquiler, de mesas pequeñas y luces muy tenues. A la misma hora y en la misma fecha, cada uno de los anteriores, ridículos y lentos pretendientes llegaron entusiasmados, creyéndose únicos y afortunados.
Ella, apenas vestida, deslizó sus curvas por el caño y bailó para encender hogueras. Detrás del antifaz, los vio encendidos y eufóricos.
Ellos, olvidaron la cita y volvieron a sus casas recordando la mina del bar.
Ella recogió los billetes y recobró su nombre. Pensó: "De los coleccionistas, también se aprende."
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