Tenemos todos los poetas una tendencia a usar lugares comunes, a repetirnos en metáforas y a copiarnos en la forma de rimar o en el modo de pintar cada pena y cada gesto. En mis versos, las aldabas, las Payunias, los Mandalas, los talismanes y los abismos, se repiten y se copian una y otra vez, a pesar del amor, a pesar del desamor y aún de los amantes.
Uno empieza a creer que al fin y al cabo sin importar la intensidad, uno termina sufriendo y gozando de la misma manera, en la misma frecuencia, con la misma escala de notas.
Será por eso que es extraño descubrirse frente a una emoción que inevitablemente evoca una imagen hasta ahora desconocida. Ya pasaron los tiempos de sentirse playa, árbol de frondosa melena o colorido jardín en medio del desierto. No hay paisaje, ni tiempo, ni dimensión. Sólo un extraño remolino que me vuelve cuenco, agujero, espacio, pozo, profundidad. Una emoción que condensa y captura en un mínimo punto, todo lo que brilla, todo lo que vive.
Cuando tu palabra me alcanza, soy el espacio que vive dentro del aljibe, el agua que tu mirada traspasa, el eco de tu voz en las profundidades. Cuando habito en tu aliento, soy aire y agua, masa que no sabe de confines, música que desconoce partituras.
Mas cuando cierras tu puerta para cuidar tus distancias y tu corazón es sólo un espejismo, un chasquido desarma las certezas y vuelvo a quedar acurrucada y desnuda sobre una partícula detenida entre la nada y el todo.
Soledad Lorena
03/04 de febrero de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario