De algún modo, cada poema o cada historia es como una pócima secreta que pretende rescatarnos de oscuras tormentas o de ignotos escondrijos.
Creemos que finalmente, un día, la persona indicada leerá nuestros versos, interpretará nuestras palabras y vendrá para salvarnos, para escucharnos y comprendernos. Aunque, generalmente, la persona equivocada mal entiende nuestras invocaciones y nos supone delirantes, insanos o dignos de compasión. A veces, incluso, la creación se parece tanto a una obra de arte, que nuestros lectores pueden elogiar nuestra capacidad para plasmar emociones ajenas, para inventar metáforas que nunca existieron.
Cómo un mensaje en una botella lanzada al océano del tiempo, buscamos y escudriñamos el universo todo, para que el amado se sepa amado, para que los Atilas sepan sobre el dolor ajeno, para que los ignorantes conozcan la verdad.
Creemos, o en verdad, creo que la palabra tiene vida propia, una energía en sí misma que la hace invencible y eterna. Entonces, aunque viaje y viaje y dé tantas vueltas alrededor del mundo, atravesando ondas sonoras, campos magnéticos y agujeros negros, finalmente, encontrará un cuenco, un eco, una voz donde expresarse y retornar a su origen.
Un personaje, tal vez, sería lo adecuado, una novela que copie las partes de la vida donde nos encontramos en un callejón sin salida; en una arena de leones rodeados por romanos que aún no comprenden el sentido de la vida; en un punto muerto sin pasaje ni destino. Un punto de inflexión, desde donde ese personaje nos beba y nos aprenda, se vista con nuestros colores y revele nuestros secretos para rebelarse en capítulos donde finalmente, el escritor se desangre en tinta sobre las hojas de la vida.
Creemos, o en verdad, creo que la palabra tiene vida propia, una energía en sí misma que la hace invencible y eterna. Entonces, aunque viaje y viaje y dé tantas vueltas alrededor del mundo, atravesando ondas sonoras, campos magnéticos y agujeros negros, finalmente, encontrará un cuenco, un eco, una voz donde expresarse y retornar a su origen.
Un personaje, tal vez, sería lo adecuado, una novela que copie las partes de la vida donde nos encontramos en un callejón sin salida; en una arena de leones rodeados por romanos que aún no comprenden el sentido de la vida; en un punto muerto sin pasaje ni destino. Un punto de inflexión, desde donde ese personaje nos beba y nos aprenda, se vista con nuestros colores y revele nuestros secretos para rebelarse en capítulos donde finalmente, el escritor se desangre en tinta sobre las hojas de la vida.
Sobre el escritorio, un par de borradores, un personaje que aguarda ser leído para cobrar vida y volverse eterno e invencible.
Sobre la silla, una ruana gastada, un vestido vacío y unas flores marchitas.
Desde la ventana, un Dios que escribe y desescribe, que borra y garabatea, que dibuja e inventa, que prueba los límites, que mueve las cruces como ajedrez de pasiones.
En los titulares y en los chismes, una injuria, un desatino, fabulaciones y condenas.
La Paz no estará en mi Nombre, sino en mi Verdad.
Soledad Lorena
De Rebeliones Secretas
Jueves 27 de marzo de 2008